miércoles, 7 de julio de 2010

Antología: De mis Universidades

                    Un Taller de Arte en Chicureo

 El sábado recién pasado visité el taller de trabajo del Pintor Luis Millones, en la localidad de Chicureo. Fue una experiencia inolvidable, que duró gran parte del día hasta bien avanzada la noche. Las gigantescas pinturas aparcadas por todos lados, llamaban vivamente mi atención haciéndome pensar en mundos inéditos y diversos; provistos de goemetrías imposibles, en las cuales el colorido acrílico inundaba toda la superficie de la tela. Recorrí el taller, solo y ensimismado durante largo rato: «...los ojos de la pantera negra, me inmovilizaron, obligándome a permanecer de píe frente al cuadro. El animal en un arrebato de su naturaleza salvaje, saltó, proyectándose fuera del enjaulamiento que lo apricionaba indefectiblemente a la tela. Recibí la avalancha de carne, hueso, músculo y suave pelaje negro; aturdiéndome por un instante cargado de incertidumbres y sensaciones encontradas.
-Algo me ocurre -me dije- palpándome el cuerpo. No me reconozco, mis percepciones son, deliciosamente, más agudas y sensibles. Siento una vitalidad desconocida por mí, que me azuza a dejar este recinto y vagar por senderos de selva feraz... Vuelvo la mirada al cuadro. La pantera no se encuentra allí, en su lugar la tela muestra un trasfondo oscuro; sin embargo, reconozco la familiaridad del entorno, el aroma del acrílico, la textura de la tela impregnada, los detalles de luz y color.
-De allí he venido -pienso-; entonces, con admiración contemplo de nuevo mi cuerpo: Cuatro patas en las que se dibujan músculos alargados, rematan en cojines mullidos que se asientan en el suelo. Un cuerpo felino de pantera con su cola larga moviéndose nerviosa de un lado a otro, desplazó al limitado cuerpo bípedo que poseía. Aunque, he de reconocer, no perdí la facultad de pensar y razonar. Mis preocupaciones son otras ahora, o tienen perspectivas diferentes... ¿Cuántos humanos contemplaron la tela que me albergaba?, ¿en qué pensaron o qué sentimientos afloraron a sus mentes? Tal vez no logre saberlo nunca. Me desconcertó escucharles decir: "es un cuadro bonito" o sólo "me gustó". Respuestas vagas, como si no repararan en el desarrollo del concepto de arte plasmado en esta obra...»

-¡Al fin te encuentro!  -resonó la voz de Luis- retrotrayendo todo el embrujo que me aprisionaba. Recorrí inversamente el proceso; luego de unos instantes, aún bajos los efectos de experiencia tan singular, logré articular una tímida respuesta:  -Admiraba este cuadro y aunque no lo creas, me sobrecogió mágicamente.

Antología: De mis Universidades

                                  La Mosca

¡Me empantanaré las patas con estiercol, me embetunaré el cuerpo con los barros malolientes del charco hasta exudar las emanaciones apestosas que avergüencen el olfato humano...- Así, estaré en condiciones de vagar entre las manifestaciones de la realidad pútrida, dijo, resentida la mosca, mientras con sus patas acicalaba su anatomía con los menjunjes desagradables que consiguió.

Volando se fue, con la torcida intención de hostigar al hombre o a quién fuese; de todos modos, los odiaba a todos, incluyéndose a ella misma. Volando, volando, se posó en un plato donde humeaba la comida. Se acercó al borde de la sopa y chupeteó algunas grasas disueltas, luego se paseó por la orilla del plato.
-No está na'e mal la grasita -dijo- y la chupeteó de nuevo, relamiéndose. Siempre alerta, sabiendo que desagradaba al hombre, advirtió con sus ojos facetados, el manotazo vengador que la apachurraría de alcanzarla. Lo esquivó. Molesta, comentó, arrastrando las palabras: "Quiso matarme de nuevo".

Lanzó un escupitajo sobre el pan en que se había posado y sin tomar impulso, voló de nuevo al plato con sopa. Volvió a caminar por el borde y luego exoneró sus entrañas repulsivas, allí mismo donde quedaron sus deposiciones. Arrancó precipitadamente; pues, este segundo manotazo pasó muy cerca y casi le atina. Dió unas vueltas por ahí para calmarse y escogió un rincón donde se puso a pensar, mientras se sobaba las patas: «Estas vida me disgusta. He querido ser mariposa y andar sorbiendo los néctares de las flores y ser apreciada por todos; no es así, me disgusta. Creo que estoy enferma de envidia y soberbia.» Instintivamente miró hacia arriba y se le heló la sangre; no porque hubiese visto a Dios, sino a su natural enemiga, columpiándose en la telaraña que colgaba arteramente en el rincón más oscuro del recinto: la araña de rincones, la peluda, la de ocho patas, la de color madera envejecida... «Espera que ascienda desprevenida con la corriente de aire, para atraparme y dejarme seca y muerta -se dijo- temblando. No le proporcionaré ese gusto, me iré; después de todo: ¡Harto buena que estaba la sopita!»
Y voló a través de un vidrio roto hacia el patio de las flores, donde las mariposas sorbían néctares...